Todas las imágenes de nuestro planeta poseen arquetipos propios, entendidos éstos como un modelo o una estructura funcional de la cual emanan otras ideas. Unos conocimientos que derivan en otros tantos para modelar los pensamientos y actitudes de un individuo e incluso de la sociedad en general.
Estas imágenes forman parte esencial del denominado “inconsciente colectivo“, término acuñado por el psiquiatra Carl Gustav Jung, quien hablaba de un sustrato común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos que expresan un contenido de la psique que está más allá de la razón. Por tanto, no es de extrañar que una imagen característica en un lugar del mundo en el que permanezcamos lo suficiente para integrarla, pueda configurar una vivencia individual transformadora.
Esta estampa y metamorfosis se deben, en parte, a unas estructuras genéricas de pensamiento y a unas representaciones de la realidad en la mente que afectan también a las emociones. Todo lo que vivimos cuando permanecemos en un lugar tiene fuerza. Es un conjunto de elementos con forma, color, luz, olor, movimiento y simbología. Incluso la historia que estos componentes tienen detrás nos transmite información que nos provoca reacciones y, por ende, cambios psicológicos.